jueves, 13 de febrero de 2014

Juventud y Política

El Parlamentario andaluz Enrique Benítez y
 el S. General JSA Lanjarón Raúl Ruiz
        Un reciente estudio de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción ha puesto de manifiesto el significativo repunte del interés por la política entre los jóvenes españoles. Hoy por hoy, un 37% de los españoles de menos de 30 años afirman estar interesados por la política, nueve puntos porcentuales más que en la última oleada del estudio. 

      La relación de los jóvenes con la política y las elecciones no deja de ser una relación viciada por la desconfianza. Por ese motivo, se ha convertido en una pescadilla que se muerde la cola. La baja participación de los jóvenes ha llevado a los partidos políticos a destinar cada vez menos recursos a los problemas juveniles. Y al mismo tiempo, ese abandono se traduce en abstencionismo, desconfianza y críticas al sistema. 

      Por desgracia, los grandes partidos realizan sus campañas y diseñan sus políticas en función del electorado. En democracia, los votos importan. La voluntad popular se expresa a través del voto. Si los menores de 30 años no participan, serán otros los que ocupen con sus problemas y necesidades la agenda política. Pura aritmética electoral.

      Por este motivo, si resulta que más de la mitad de los votos emitidos en España corresponden a personas mayores de 65 años, entonces queda claro por qué se da tanta importancia a las pensiones. Un tema importante, por otra parte, porque supone uno de los pilares de la solidaridad entre generaciones y un reconocimiento a la dignidad de quienes han trabajado toda su vida. 

      En este contexto, las políticas de juventud son políticas mucho más transversales que generacionales. La educación no sólo afecta al alumnado, también a padres y madres y al profesorado. La formación para el empleo no sólo tiene en cuenta a los jóvenes –cuando eso ocurre, que no es el caso del actual ministro WERT- y las políticas de acceso al mercado laboral también dependen de otros muchos factores –concertación, política económica, Europa- que no sólo tienen que ver con la juventud de sus destinatarios. Otro tanto ocurre con la política de vivienda. La construcción de VPO y la implantación de medidas como la renta básica de emancipación han chocado con barreras tan infranqueables como la crisis del sistema financiero o el recorte del gasto público. 

      Por lo tanto, es lógico que los jóvenes se sientan no escuchados o no representados, o ambas cosas a la vez. Pero cada una de ellas tiene una consecuencia diferente, que debe llevar a los jóvenes a tomar decisiones diferentes. Si no se sienten escuchados, eso supone que creen en el sistema pero admiten que no se les presta atención. La otra opción es la de no creer en el sistema y optar por la antipolítica o por fórmulas aparentemente maravillosas como la democracia directa (en contraposición a la democracia representativa). Cada camino conduce a finales muy diferentes.

      Por lo tanto, el primer dilema de los jóvenes en su relación con la política es el de la confianza en el sistema y en las instituciones. Personalmente creo que hay cosas que cambiar, pero desde dentro, y desconfío de las recetas milagrosas que proponen los defensores de la llamada “democracia real”. De hecho, muchas iniciativas calificadas de “alternativas” han resultado ser tan sectarias o más como las instituciones que pretenden desmantelar o sustituir. Sólo pretenden quitar a quienes ha elegido el pueblo por ellos mismos, elegidos por nadie sabe quién. 

      En este sentido, hay un segundo dilema que deben afrontar los jóvenes en su relación con la política. Y consiste en decidir si se quedan en el llamado “activismo blando” (la expresión es de Antoni Gutiérrez Rubí) tan popular de la mano de Change.org, Avaaz y otras muy loables iniciativas, o si por el contrario dan un paso adelante y deciden mancharse las manos con la auténtica política, la que consiste en dar la cara, persuadir a los demás, tocar a las personas y patear calles y barrios y escuchar y atender las necesidades de los vecinos, compartir el sufrimiento y las preocupaciones de personas de carne y hueso para las que internet, en muchos casos, es algo que utilizan sus hijos y sus nietos para pasar el tiempo. 

      La promesa del cambio político a través de las nuevas tecnologías es una promesa no resuelta, que además concede un nuevo poder no democrático a los poseedores de los adecuados conocimientos tecnológicos. Decenas de jóvenes ciberactivistas se consideran a ellos mismos más y mejor preparados para dirigir a la sociedad que quienes han dedicado miles de horas de su vida a hablar, escuchar y tratar de resolver problemas dentro del marco legal en el que vivimos. Hay una profunda inmadurez democrática en muchos de estos planteamientos. Y también un claro intento de puentear la democracia por parte de los más aventajados alumnos de los más variopintos simulacros de “democracia real” y “democracia directa”. 

      Así pues, en el año 2014 los jóvenes españoles, que han sufrido las medidas brutales de un gobierno que les considera políticamente superfluos (reducción de becas, subida de las tasas universitarias, reforma educativa) y que afrontan el mayor porcentaje de desempleo juvenil de Europa (57%) están redescubriendo la política. Sin duda es una buena noticia, siempre que no les den gato por liebre. La antipolítica no sirve para resolver problemas, por mucho que las instituciones les hayan defraudado. Y eso obliga a las formaciones juveniles de los partidos clásicos a realizar un giro hacia la credibilidad imprescindible para atraer a todos estos jóvenes al espacio institucional. Una responsabilidad a la altura de la crisis que están viviendo sus coetáneos. 


Enrique Benítez Palma 
Parlamentario Andaluz


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